ANOCHE SOÑÉ

-Anoche soñé, tan rápido, tan lento, con tus raíces hacia el cielo. Como un rayo alzado de hojas verdes y rojizas y de ramas sujetas al umbral de la vida. Dónde estaré hijo mío cuando el follaje de tu árbol sea certero. Dónde estaré mi compañero cuándo de ti mismo surjan nuevas cepas. En algún lugar. En todos. En cada brisa eterna de absoluto cariño.

-Anoche soñé que el mundo en dos se dividía y que el tiempo en compás se detenía: tic, tac, tic, tac… de un momento y para siempre, y que la gente no entendía, que le costaba, no podía, aceptar al universo y su silente nueva forma de avanzar, de fluir, de transmutar, de danzar entre espaciales designios y oportunidades. Anoche soñé que el tiempo al fin se detenía y que del cielo arboles caían construyendo uno a uno miles de bosques, de selvas, de parques inmensos que transmutaban, que fluían, por sobre edificios y casas, por sobre automóviles y condominios, por sobre el cemento y el fierro, por sobre las cabezas aletargadas de los consumistas faltos de emoción, por sobre las conciencias ennegrecidas de los millonarios faltos de buen sentido y de los audaces exitosos que no le tienen respeto a nada ni a nadie. Anoche soñé que el tiempo al fin se detenía, que los bosques todo lo cubrían y que la tierra entera revivía, de las cenizas renacía, dejando atrás la pesadilla del ser humano y su inerte ambición.

-Anoche soñé con fabulosos días, con días lluviosos y días soleados, con cerros de nieve y con extensas planicies de arena, con campos sembrados al caer la tarde, con risas, braseros y luz de vela, con contacto perfecto entre humanos, no humanos y estrellas. Anoche soñé con las buenas gentes habitantes de esas tierras.

-Anoche soñé que se caía la luna. No toda, sólo un pedazo de ella, encima de esta tierra firme que titubeaba y que, de pronto, tambaleaba de fiebre. Yo corrí a avisarle a mi padre, el que lloraba porque mi madre había sido atropellada. A nadie le importaba el fin del mundo, para todos era más importante la salud de mi máma, y eso que se nos había caído encima un cuarto de luna endemoniada. Pero a nadie le importaba… nada… todos sólo querían que mi madre reaccionara. Yo también  me arrodillé junto a ella y le pedí a Dios que la ayudara. Y mi madre se paró, ¡no había sido atropellada! Todo se debió a un mal chiste de esa pesadilla en retirada que de un momento a otro arregló en penumbras su embarrada rearmando a luna lunita y dejándome tranquilo en mi cama.