EL HOMBRE QUE NUNCA ESTUVO

La cultura marchita sus últimas notas.
Entre espasmos de genios y otros tristes actores
se desgasta el ambiente y el son circundante,
se desploma el aire como grises suspiros
que se apelotonan en el suelo y se convierten en vapor.


Mientras tanto, en la micro en que voy imagino
un poema que intenta aclamarle,
que te llama guerrero, gran maestro de luces
hechas de rayos de sol.

Aparece entonces justo por la avenida
una orquesta escolar con tambores y bombos,
con trompetas y platillos, con estridentes reclamos
que remecen al sabio y al mendigo que pena.

La gente observa como se abre el cielo
y un destello potente les quema los ojos.
Hay un rezo entre todo, dolor y amor,
es un canto amarillo que intenta soltarse.

Veo las nubes que en compás se alejan
con mis ojos dispuestos a mirar más allá
y te pienso un nombre, mas, no encuentro ninguno:
Samurai en destierro hoy serás explosión.

Pero sin más y sin menos el espectáculo de pronto decae,
las micros retoman su marcha, la gente recobra el vigor,
y la orquesta se vuela, se convierte en esporas
y ya nadie recuerda lo que casi ocurrió.

Seguiremos llorando al que tal vez existió,
hasta que un niño revele el alma del hombre que nunca estuvo.